lunes, 19 de noviembre de 2012

V: You give love a bad name

La adrenalina recorría cada recoveco de la mente de Thomas. Su corazón latía con frenesí, y su garganta estaba reseca. La saliva se le había endurecido como cemento fresco y parecía que sus pulmones se habían secado y el aire se le volvía un lujo demasiado caro para permitírselo. Sus piernas no respondían del todo, y sus labios se entreabrían a cada instante para intentar respirar, para intentar salivar. Pero Virginia se contoneaba a cada paso que daba, su cuerpo se movía como mecido por la brisa y su cabello desprendía un dulce aroma que parecía emanar de un paraíso terrenal. Una mezcla de flores silvestres y vainilla. Un perfume que dominaba los sentidos y esclavizaba los corazones.
La chica le dirigió una fugaz mirada, el brillo apagado de sus ojos denotaba la falta de interés en el muchacho, y éste, que temía con todo su ser que para ella la noche no fuese más que un trámite, su mirada no calmaba su espíritu agitado. Sentía que todo se le venía encima, que los sacrificios, los sueños, los sentimientos y los deseos se esfumaban, conducidos por el aroma de su perfume, que sería lo único que quedaría en su cabeza si esa noche acababa de una forma fatídica.

El cuarto que había elegido la muchacha era, por decirlo de alguna manera elegante, coqueto. Cuatro paredes pintadas de un rojo pasión apagado, una cama en el centro, pegada a una de las paredes por el cabezal de ésta, que no era más que dos varas de hierro unidas por una horizontal y de la cual caían lágrimas de hierro fundido, formando un adorno similar al de un goteo que resbalaba del cielo. Los almohadones blancos se escondían bajo unas sábanas de seda de un tono rojo, más vivo que el de las paredes y la cama se sujetaba por cuatro patas de hierro con la pintura algo desgastada, mostrando ese tono a óxido propio del metal. Un suelo enmoquetado cubría ese estrecho cuarto y poco más adornaba el cuarto, quitando la escasez de muebles y la puerta situada a la derecha. Thomas intuyó que podría ser un baño, pues Virginia señaló dicha puerta con su mano mientras inclinaba su cuerpo para bajar la cremallera de sus botas. El sonido del metal deslizándose por los dientes de la cremallera robaron el silencio incómodo que había entre cliente y prostituta.
La primera bota cayó a los pies de la cama, y le siguió a su compañera el mismo destino. Virginia volvió su mirada a Thomas, que estaba contra la puerta, intentando respirar, mientras la chica demostraba un pequeño deje de cansancio en su voz.
— Ahí tienes el baño. ¿Qué tal si lo usas? — Apartó su mirada y se irguió, planchándose su descocada vestimenta para luego empezar a deshacerse de ella. Y Thomas no hizo más que moverse al baño y girar el picaporte para entrar. Un fuerte aroma a desinfectante llenó sus fosas nasales y no hizo sencilla la tarea  pendiente que tenía de respirar. Cerró tras de sí y corrió al lavabo para abrir el grifo y echarse agua helada a la cara. Sus músculos faciales se tensaron ante el frío, y repitió para deshacerse de sus dudas y de sus temores. Se miró en el espejo, limpio, devolviendo un reflejo de un Thomas hundido, demacrado por la situación que estaba viviendo. Virginia parecía comportarse como una chica más que vivía de su cuerpo, con un aire altivo y alejado de la realidad para evadirse de todo pensamiento y acto. Y él, que soñaba con que ella sería la mujer perfecta, que acariciaba, besaba, y sentía con él, se estaba dando cuenta que esa mujer sólo existía en su cabeza. La había idealizado. Y eso no se lo podía permitir nadie. Ahora su Diosa se había vuelto mediocre, y el peso de la conciencia pudo con él. Había robado, mentido y traicionado la confianza de muchos para llegar hasta aquí, por ella... Y ella no lo valía. Ninguna mujer valía ese precio. Ninguna mujer merece la pena si para conseguirla debes mentir, traicionar o engañar.


La puerta del baño se abrió, Thomas estaba como antes, pero su cara se veía húmeda. Virginia, que estaba sentada en la cama, se encontraba desnuda, con la luz bañando sus curvas. Al verlo borró su pequeña sonrisa y golpeó con suavidad el colchón, a su lado. Thomas se deleitó con su figura: sus piernas cruzadas formaban en su entrepierna una uve pálida, pétrea. Su imagen de Diosa empezaba a recobrar protagonismo. Eran unas piernas infinitas, sin un vello, sin una arruga. Se notaba una pequeña cicatriz en la rodilla, y le invadió la curiosidad, pero él no estaba ahí para saciar su curiosidad, sino para saciar su deseo. Sus pies se balanceaban lentamente de un lado a otro, moviéndose con un suave ritmo. Sus dedos estaban algo curvados, y perdían la perfección con la que se había dotado a sus piernas. Pero aún así eran hermosos, posibles, palpables. Se dejaba a un lado la perfección para permitirse el lujo de un fallo tan perfecto que parecía incluso hecho para que quien la viese desnuda supiese que no era perfecta, pero que aún así lo era. Los ojos de Thomas subieron un poco más, su vientre era casi tan perfecto como sus piernas, terso, ligeramente curvado en la zona abdominal, y con un ombligo que sobresalía de la piel. A Thomas le encantaban esos ombligos. Y su mirada se permitió quedarse estática en esa zona antes de subir a sus pechos. Pequeños, pero aún así con una forma marcada y perfecta. No eran muy abultados, pero aún así sabía que cualquier sujetador que se pusiese se ajustaría a su forma y le marcaría unos pechos aún más hermosos de lo que uno podía imaginar. Sus aureolas, de un tono rosado que casi parecía invisible si se veía desde muy lejos, se fundían en la perfección con su piel lechosa y sus pezones, gruesos y de un tono más oscurecido que el de sus aureolas, parecían gritar a viva voz que existían, que los mirases, que te deleitases con su presencia. Y finalmente sus hombros perfectos que se juntaban en un cuello delgado y blanco, como el de un cisne, repleto de pequeñas marcas de antiguos clientes. Y su falsa sonrisa que invitaba a quererla seguía presente en sus labios pintados de rojo. Parecía amar el rojo. Y Thomas amaría ese color con toda su alma si era necesario.
— ¿Vas a venir? — La voz de Virginia despertó al joven de su pequeño descanso y éste dio unos pasos hacia ella antes de pararse a escasos metros. El cuarto no era demasiado grande y a poco que dieras unos pasos ya estabas en la cama.
— ¿Tú quieres esto? — Preguntó mientras se guardaba las manos sudorosas en los bolsillos.
— ¿El qué? — Ni le miró, su mirada estaba presente en las arrugas de las sábanas.
— Follar. Conmigo.
Virginia levantó su mirada, le miró de abajo arriba y se encogió de hombros.
— Sólo lo tengo que hacer una vez a la semana. Y has pagado. Es lo mínimo.
— No has respondido.
— ¿De verdad quieres que te lo diga?
Thomas asintió.
— No. Trabajo aquí porque ahí fuera el mundo es una mierda. Aquí se me adora. Ahí fuera me escupirían si les mirase por encima del hombro. Y si para mantener mi poder, si para seguir siendo quien soy debo acostarme con alguien que no quiera, lo haré.
— Entiendo...
Thomas bajó un poco la mirada y Virginia atrajo su ropa interior con la mano y se la puso con rapidez, moviendo sus piernas contra la tela de sus bragas para ponérselas y atando el broche de su sujetador con experiencia, ajustándose las copas de éste con las manos.
— ¿Qué entiendes?
El joven la miró, y se encogió de hombros.
— ¿Por qué te has vestido?
— No has respondido.
Por primera vez Virginia parecía sonreír con sinceridad, y eso hizo reír con suavidad a Thomas, que se pasó la mano por la nuca, con nerviosismo.
— Entiendo muchas cosas. Yo trabajo "ahí fuera", y sé lo que es que te miren como si no fueses nada. Pero no creo que me acostase con nadie sólo para ganar respeto.
La sonrisa que antes dominaba el rostro de la prostitua desapareció.
— Bueno, eso es porque no sabes lo que es ser una mujer en un mundo de hombres. A mí me miran y ven dos tetas, a ti te ven y no ven nada. Y créeme, es mejor así. Llega un punto que tú no eres la que les importa, sino tu cuerpo. Y mientras tú puedes patear un balón y marcar un gol y ganarte el respeto de tus amigos, yo en cambio no puedo hacerlo. Podría estudiar, sacarme una carrera, ser alguien... Pero cuando has pasado toda tu vida siendo vista como "la guapa" piensas... "eh, no necesito estudiar. Mejor me dedico a chupársela a alguien que me mantenga". Yo no encontré a nadie así. Y por eso estoy aquí.
Y de repente Thomas pudo tragar. Su saliva recorrió su garganta y en cuanto salivó y aclaró su voz, un profundo nudo ató su estómago. La confesión de Virginia le había dejado un poco tocado, y aunque él era un chico que no comprendía del todo el porqué de la rivalidad entre los sexos, de porqué había tanta diferencia, de porqué no todos podían ser iguales, comprendía, en menor medida de lo que lo haría alguien que sabía de eso, lo que la joven quería decir. Virginia habría pasado una adolescencia siendo la guapa del instituto, la que prefería jugar con lo hombres a presentarse a un examen.
— Entonces... fue culpa tuya.
Virginia se carcajeó y lanzó un suspiro tan pesado que podría haber tumbado a Thomas si se lo hubiese propuesto.
— ... supongo.
Thomas se fue a sentar a su lado, en la cama, sintiendo como el colchón se hundía bajo el peso de su cuerpo, el cual tampoco era algo exagerado. Pero el colchón parecía haber aguantado muchos trotes durante años y se hundía a la menor subida de peso que tuviese que aguantar.
— ¿Sabes? Cuando te vi por primera vez... se podría decir que me enamoré de ti. No sé si lo sabrás, pero todo el local se muere por ti. Puede que no tengas una carrera, ni se te aprecie por nada más que tu cuerpo, pero creo que para conseguir tu cuerpo hay que esforzarse. Nadie puede ir y darte cien pavos y decirte: "vamos a la cama". Se te respeta, se te admira, y se te desea. Yo acabo de pagar un dineral sólo para tenerte, ¿y por qué? Porque en cuanto te vi supe que alguna noche podría pasarla contigo.
La mirada de su compañera se iluminó a medida que Thomas hablaba, y éste lo notaba, y sus palabras se iban convirtiendo en cumplidos más dulces a medida que ella le devolvía una mirada más cálida.
— Y después de mucho, lo he conseguido. Aquí que tengo, para mí. Y no te veo como dos tetas. Te veo como una mujer maravillosa. Puta, sí... pero maravillosa aún así. Y si no quieres hacerlo, no importa. Pero sí me gustaría pedirte una cosa...
— ¿El qué?
Thomas respiró hondo y se mordió el labio inferior antes de apoyar una mano en el muslo desnudo de Virginia.
— ¿Besas?
La ceja enarcada de Virginia hizo que Thomas se sonrojara, y ella dibujó una sonrisa antes de reír entre dientes y asentir.
— Sí. Pero has pagado, tengo que acostarme contigo.
— No tienes porqué. En Pretty Woman creo que no se acuestan...
Virginia se carcajeó de nuevo mientras se pasaba la mano por su cabello, apartándoselo del rostro y encogiéndose de hombros mientras su pecho se movía con el recuerdo de una risa.
— Nunca he visto Pretty Woman...
— ¿No? Pues la próxima noche consigue un vídeo y la vemos.
— ¿Próxima? ¿Vas a poder pagar otra noche?
Thomas curvó sus labios junto con sus hombros, sin saber muy bien que responder. ¿Realmente podría permitirse otra noche?
— No lo sé. Lo intentaré...
— ¿A qué te dedicas? — La voz de Virginia estaba plagada de curiosidad y algo de temor. Nadie con esas pintas podía permitirse dos noches consecutivas con Virginia sin que trabajase en algo al margen de la legalidad — ¿Debo preocuparme?
Ahora fue Thomas el que soltó una carcajada y negó con la cabeza mientras sonreía de lado, con la comisura de sus labios.
— Para nada. Trabajo en un taller mecánico. Pero no te he dicho que lo conseguiría, sólo que lo intentaría.
— ¿Y si no lo consigues?
— Pues... no lo sé.
Dibujó una sonrisa devastadora, y Virginia alargó su mano y acarició su cabello, apartándolo para poder ver sus enrojecidas orejas. Acarició el arco de éstas y bajó hasta pellizcar el lóbulo.
— Eres el cliente más raro que he tenido nunca.
— ¿Y eso es bueno?
Ella negó con la cabeza y le empujó con suavidad sobre la cama, manteniendo su mano sobre su pecho, para que no se levantara.
— ¿Tú quieres follarme?
Thomas negó con suavidad, no le iba a mentir. Sus deseos eran carnales, pero a su vez deseaba besarla, amarla, y sentir su calor cerca de él. Dormir pegado a los latidos de su corazón, con sus piernas envolviendo su cintura. Él deseaba su contacto.
— Yo quiero hacerte el amor.
Virginia rodó los ojos y chasqueó su lengua mientras sus dedos deshacían los botones de su camisa blanca, dejando a un lado el nudo de su corbata
— No sé hacerlo, yo sólo sé follar.
— Yo ni eso...
Thomas se mordió el labio inferior, y Virginia no pudo evitar abrir sus ojos y dejar a un lado su camisa, agarrando después ésta y acercándolo a ella.
— ¿Eres virgen?
Thomas asintió y Virginia le dejó caer sobre el colchón de nuevo, para separarse un tanto y apartarse los mechones que amenazaba con colarse en su boca.
— ¿Hay... algún problema?
Ella negó con velocidad, y miró a todos lados antes de entreabrir sus labios, sonriendo, y dejando escapar el aire en un ligero suspiro.
— Ninguno, sólo que... Es raro. ¿Qué edad tienes?
— ... La suficiente.
— Vale... — Virginia se movió por la cama de nuevo hacia su compañero y sus dedos volvieron a jugar con los botones de su camisa —... ¿y me vas a conceder el dudoso honor de desvirgarte?
— Eso parece..
— Definitivamente eres el cliente más raro que he tenido nunca... 

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