viernes, 30 de noviembre de 2012

VII: Are you gonna be my girl II

Antes que nada quiero pedir disculpar por lo corto de la entrada. Tengo un dolor terrible en la boca, el teclado va fatal y algunas teclas no van a la primera, y quieras o no, ese tipo de cosas amargan a uno. Lo siento de nuevo.

Thomas la observó desde su posición, perplejo. Virginia mordía la corbata como si de una mordaza improvisada se tratase, y él observaba la escena, anonadado pero, a su vez, emocionado. La imagen de su cuerpo sensual, bañado bajo la cálida luz de los fluorescentes de la sala, con su corbata entre sus dientes, anudada a ambas de sus muñecas, le ofrecía un aspecto realmente tentador. Algo en su interior le llamaba para que desatase las correas que habían atado durante años la fiera hambrienta de sexo y pasión que residía en su interior. Tomó aire, y entreabrió sus labios, tragando antes saliva para que pudiese así hablar con fluidez.
— Yo... nunca he hecho esto; no sé si se me dará bien.
Virginia rió entre dientes y apartó la mordaza de sus dientes, sin borrar su sonrisa jocosa.
— Sólo... déjate llevar.
Thomas asintió. Y aunque él prefería hacer algo más normal, más clásico, no quería decepcionar a Virginia. Su primera vez se la imaginaba sobre una cama de sábanas de seda blanca, con la luz de la luna colándose por los recovecos de una persiana entrecerrada, con una suave melodía de jazz de fondo. Besos recorriendo su piel, caricias calmando la necesidad, miradas que transmitían sentimientos tan puros como el agua mineral. Él quería una primera vez única, sin nada ni nadie de por medio, sin corbatas ni peticiones extrañas. Pero Virginia era tan tentadora, tan única, que no podía evitar pensar que si dejaba escapar esta oportunidad no tendría más. Tenía que hacerlo, aunque eso incluyese no cumplir su anhelado deseo de que su primera vez fuese tan mágica que los recuerdos liberasen sonrisas.

sábado, 24 de noviembre de 2012

VI: Are you gonna be my girl I

Sus dedos resbalaron por su pecho. Su camisa se empezaba a abrir, lentamente, dejando paso a la respiración suave de la chica sobre su piel. Se le erizaba el vello del pecho, y ella sonreía al verle estremecerse. Virginia bajó su rostro y sopló contra su piel, alzando un poco su prenda, dejando ver bajo la luz fluorescente de ese cuarto sus pequeños pezones. Ella parecía disfrutar con esa visión y mientras sus dedos descendían desabotonando su camisa, con una velocidad que bien parecía que lo que hacía era rasgar la tela, Thomas no hacía más que suspirar, nervioso. Su cuerpo era un enjambre, un avispero enfurecido, todo le vibraba, todo le reclamaba libertad. Su ropa, aunque se estaban deshaciendo de ella, le incomodaba, parecía que le pesara kilos, que le asfixiaba. Quería arrebatársela deprisa, pero Virginia parecía empecinada en que eso no ocurriese. Su severa mirada le quitaba al joven toda gana de actuar en su contra. Ella dominaba, ella mandaba, Thomas obedecía fielmente.
Sus párpados cayeron al sentir la fría yema de lo dedos de Virginia posarse sobre su vientre, acariciándolo. Jugó con su ombligo, lentamente, y luego sacó la camisa de dentro de sus pantalones, para dejarla abierta, dejando su pecho al aire, a la vista. Y se subió en él. Su pelvis se colocó sobre la de él, y ella le miró desde arriba. Su cabello caía en cascada, cubría su rostro y le ocultaba su expresión. Descendió lentamente y su lengua se postró contra su piel para luego ascender poco a poco. Su saliva hervía en contacto con la piel de Thomas, el cual miraba la escena con pasmada emoción, y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios al ver como esa lengua fina, delgada y elástica se movía por su cuerpo, zigzagueando, escalándolo. Las manos de la joven abrieron un poco más la camisa de Thomas y apartaron la molesta corbata, a lo que Thomas llevó sus manos al nudo para deshacerse de ella, pero Virginia le paró, apartando sus manos de la prenda, y una mirada bastó para hacerle saber que esa prenda tan molesta jugaría un rol muy importante más adelante.

lunes, 19 de noviembre de 2012

V: You give love a bad name

La adrenalina recorría cada recoveco de la mente de Thomas. Su corazón latía con frenesí, y su garganta estaba reseca. La saliva se le había endurecido como cemento fresco y parecía que sus pulmones se habían secado y el aire se le volvía un lujo demasiado caro para permitírselo. Sus piernas no respondían del todo, y sus labios se entreabrían a cada instante para intentar respirar, para intentar salivar. Pero Virginia se contoneaba a cada paso que daba, su cuerpo se movía como mecido por la brisa y su cabello desprendía un dulce aroma que parecía emanar de un paraíso terrenal. Una mezcla de flores silvestres y vainilla. Un perfume que dominaba los sentidos y esclavizaba los corazones.
La chica le dirigió una fugaz mirada, el brillo apagado de sus ojos denotaba la falta de interés en el muchacho, y éste, que temía con todo su ser que para ella la noche no fuese más que un trámite, su mirada no calmaba su espíritu agitado. Sentía que todo se le venía encima, que los sacrificios, los sueños, los sentimientos y los deseos se esfumaban, conducidos por el aroma de su perfume, que sería lo único que quedaría en su cabeza si esa noche acababa de una forma fatídica.

El cuarto que había elegido la muchacha era, por decirlo de alguna manera elegante, coqueto. Cuatro paredes pintadas de un rojo pasión apagado, una cama en el centro, pegada a una de las paredes por el cabezal de ésta, que no era más que dos varas de hierro unidas por una horizontal y de la cual caían lágrimas de hierro fundido, formando un adorno similar al de un goteo que resbalaba del cielo. Los almohadones blancos se escondían bajo unas sábanas de seda de un tono rojo, más vivo que el de las paredes y la cama se sujetaba por cuatro patas de hierro con la pintura algo desgastada, mostrando ese tono a óxido propio del metal. Un suelo enmoquetado cubría ese estrecho cuarto y poco más adornaba el cuarto, quitando la escasez de muebles y la puerta situada a la derecha. Thomas intuyó que podría ser un baño, pues Virginia señaló dicha puerta con su mano mientras inclinaba su cuerpo para bajar la cremallera de sus botas. El sonido del metal deslizándose por los dientes de la cremallera robaron el silencio incómodo que había entre cliente y prostituta.
La primera bota cayó a los pies de la cama, y le siguió a su compañera el mismo destino. Virginia volvió su mirada a Thomas, que estaba contra la puerta, intentando respirar, mientras la chica demostraba un pequeño deje de cansancio en su voz.
— Ahí tienes el baño. ¿Qué tal si lo usas? — Apartó su mirada y se irguió, planchándose su descocada vestimenta para luego empezar a deshacerse de ella. Y Thomas no hizo más que moverse al baño y girar el picaporte para entrar. Un fuerte aroma a desinfectante llenó sus fosas nasales y no hizo sencilla la tarea  pendiente que tenía de respirar. Cerró tras de sí y corrió al lavabo para abrir el grifo y echarse agua helada a la cara. Sus músculos faciales se tensaron ante el frío, y repitió para deshacerse de sus dudas y de sus temores. Se miró en el espejo, limpio, devolviendo un reflejo de un Thomas hundido, demacrado por la situación que estaba viviendo. Virginia parecía comportarse como una chica más que vivía de su cuerpo, con un aire altivo y alejado de la realidad para evadirse de todo pensamiento y acto. Y él, que soñaba con que ella sería la mujer perfecta, que acariciaba, besaba, y sentía con él, se estaba dando cuenta que esa mujer sólo existía en su cabeza. La había idealizado. Y eso no se lo podía permitir nadie. Ahora su Diosa se había vuelto mediocre, y el peso de la conciencia pudo con él. Había robado, mentido y traicionado la confianza de muchos para llegar hasta aquí, por ella... Y ella no lo valía. Ninguna mujer valía ese precio. Ninguna mujer merece la pena si para conseguirla debes mentir, traicionar o engañar.

jueves, 15 de noviembre de 2012

IV: I don't ever want to feel

Le temblaban las manos. El pulso le iba irregular y su corazón aplastaba su esternón, haciéndole sentir menudo, indefenso, débil. El mundo se deshacía a su paso, y a medida que avanzaba todo se entintaba. Parecía que las calles estaban dibujadas a lápiz y su mirada las envolvía de un color oscuro, pero nítido. Las volvía palpables. Los muros de ladrillo se volvían gruesos, y el pavimento se volvía firme, liso. La línea continua de la carretera que había usado para llegar hasta el local le servía de guía para no perderse y aunque oía el estruendoso alarido de la música, sabía que si perdía el norte perdería el pulso. Casi no se tenía en pie, y no era sólo por el montón de billetes que llevaba en su cartera, más abultada de lo habitual, sino más bien por el temor de lo que había hecho.

Le había costado cerca de dos semanas vender el material. Lo había escondido bajo su cama, entre juguetes viejos, cajas de zapatos y revistas con las páginas encartonadas. Por suerte las piezas no tardaron en encontrar comprador, pues cada mañana que se presentaba en el taller tras el robo sentía como que le iban a pillar, que en su expresión notarían la mentira, el miedo, la culpabilidad. Pero nadie dudó de él, aún cuando el sudor frío de su nuca manchaba el cuello de su camisa. Nadie pensaba que un crío pudiese haber hecho eso y él, que no era de ofenderse por ese tipo de comentarios, agradeció que le siguiesen tratando como un simple chico. Le ayudaba a salir del bache. Y es que su cabeza sólo imaginaba a su madre encontrando las cajas donde guardaba las piezas y llevándolas al taller, creyendo que podrían ser útiles para su trabajo, y que todos sus compañeros le lanzaran a los leones, que sus mentiras y su esfuerzo para ganarse un poco de reconocimiento entre sus allegados quedase en cero.

lunes, 12 de noviembre de 2012

III: Los vicios se pagan caro

La noche dejó paso al día, y el ruido irritante de los coches recorriendo las calles asfaltadas despertó de su letargo al joven Thomas, que se removía entre las sábanas con el rostro hundido en la almohada. El sol lograba colarse entre las ventanas, y aunque el día amenazaba con tormenta, la radiante estrella del cielo parecía tomarse muy en serio su trabajo, y no abandonaría su cometido hasta que los primeros nubarrones grises encapotasen la bóveda celeste. Ese día era especial, o más bien, sería un antes y un después en su vida; pues Thomas no era alguien que corriera muchos riesgos. Era un chico de gustos sencillos y vida sin excesivas aventuras. No bebía, y el tabaco para él era algo que no podía ni oler. El humo serpenteante que se movía por el aire, envenenándolo, le producía casi sarpullidos. Así que no tenía unos gastos demasiado inflados, pero al igual que sus pocos gastos, sus ingresos corrían la misma suerte. Todo su sueldo era administrado por su padre, y él le daba una paga semanal que se iba acumulando en su caja de madera.
Él jamás fue un fanático del ahorro, y jamás tuvo una hucha donde guardar el poco dinero que le daban de pequeño, así que todo su capital se guardaba en esa caja de madera laqueada, pintada con adornos de golondrinas.
Y tal como las golondrinas inician su vuelo y se alejan en el horizonte, su dinero parecía correr la misma suerte desde que había descubierto a Virginia y sus miradas tentadoras, sus gestos diabólicamente encantadores y sus movimientos hipnotizantes. Su padre empezaba a cansarse de que su hijo le pidiese un día tras otro un poco más de dinero. Un "adelanto", por ponerle algún nombre, y Thomas sabía que ese lujo, que ese vicio insano que se había adueñado de su ser, debía cesar lo antes posible. Pero él era joven. Era temeroso. Y como todo joven con un vicio arraigado, teme que el deshacerse de él de golpe pueda causarle algún daño. En su mente sólo recorría una idea, segundo tras segundo: "la próxima será la última". Lo había repetido tantas veces que incluso para él sonaba convincente. Pero sabía que nada era tan fácil, y menos eso. Así que su respiración se cortaba cuando se veía sin dinero, sin posibilidades, y con su padre, tan estricto y riguroso a la hora de las finanzas, privándole de su deseo carnal.

sábado, 10 de noviembre de 2012

II: Just a city boy

El ruido de las herramientas de trabajo eran los coros que escuchaba Thomas cada mañana. El olor a neumáticos, a gasolina y aceite de motor, los riffs y el sonido elegante y lento de los coches avanzando delicadamente por el garaje era la melodía de esa canción ya repetida infinidad de veces en su cabeza. El lugar era la visión clásica de un taller mecánico de coches. No tenía estilo, ni lo necesitaba. Tampoco tenía caché, tampoco era necesario. Era un simple taller de barrio, donde todos se conocían, donde no podías librar con una excusa falsa. Ahí todos conocían de sobra las máscaras de sus allegados, y era imposible mentir. Años y años de compañerismo fiel hacían de ese taller algo más que un simple lugar de trabajo para muchos. Era más bien un santuario, alejado del mundanal ruido de voces hablando entre sí, de perros ladrándose entre sí. Todo perdía sentido, todo se volvía muy simple, muy aburrido, cuando se interponían motores y carrocerías entre los pensamientos de los mecánicos. 
Vestidos con monos azules, manchados hasta arriba de grasa de engranaje, los trabajadores se tomaban el trabajo como un descanso, más que como una obligación. Podías entrar y los veías sentados en una mesa, echando una partida de cartas, riéndose entre sí, fumando mientras revisaban un destartalado Camaro que llevaba en el fondo del taller desde que el supervisor tenía memoria. Un Camaro viejo, oxidado, pero aún así, para Thomas, guardaba una belleza propia de una obra de arte; unas líneas suaves y estilizadas, más propias de una hermosa mujer que de un vehículo. Y él se sentaba ahí, mirando fijamente el coche, sonriendo, recordando a las mujeres de su vida. Pero sólo una se fundía con las líneas del coche. Sólo una sumergía a Thomas en un profundo trance del que le era imposible despertar si no era a empujones: Virginia. La mujer con alma de súcubo, atrayendo a todo hombre capaz de permitirse una noche con ella. Llevándolos a la perdición del pecado más dulce. Thomas quería probar ese pecado. Quería saborearlo, relamerse los labios, chuparse los dedos y recordar eternamente ese dulce pecado que recorría sus sueños más húmedos. Sábanas acartonadas, lágrimas blancas derramadas por una mujer que él sabía que jamás sería suya. Noche tras noche, en su cama, las sábanas lo abrazaban con profundo cariño, y él se veía incapaz de pensar que ese tacto no era idéntico al que podría proporcionar Virginia. Las sábanas de seda, con ásperos zurcidos en los extremos, recordaban al tacto de una mujer que ha acariciado tantos torsos desnudos que para ella es como recorrer un sendero ya andado cientos de veces. Para ella el placer no ocultaba secretos y Thomas aún estaba muy verde, aún no sabía lo que era la necesidad de la necesidad. Pero se moría de ganas de sentir ese ardor en el estómago. Ese 'mono' de mujer, de tacto, de sexo.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

I: Virginia, reina del Pecado

El lugar apestaba a tabaco y perfume y la música típica de los locales parisinos del siglo diecinueve hacían temblar las sólidas paredes de ladrillo rojo; el local había sido una auténtica imitación del original Moulin Rouge, pero sin la forma. ¿En qué se asemejaban, pues? En la sensualidad de sus chicas, en la privacidad de sus cuartos, y en la música rápida y animada que invitaba al baile y al tonteo. Las puertas de acero pesadas sólo se abrían cuando una de las gruesas manos de los de seguridad decidía empujar el pomo hacia dentro del local y, con ello, liberaba los demonios del pecado que residían al fondo de cada copa que servían las descocadas camareras. Las primeras miradas que transmitían las cabareteras decían "adelante, goza, disfruta", y sus sonrisas parecían dibujadas por demonios que querían pervertir el alma de todo ser incauto que se armaba de valor para entrar. El local era amplio, más de lo que parecía desde fuera. Una enorme sala central servía de hall para los visitantes del lugar, y estaba adornado con cientos de mesas coquetas con lámparas rojas que invadían el espacio de un tenue brillo sensual. Las escaleras que llevaban a dicho hall estaban enmoquetadas, y recorridas por largas barandillas de madera de caoba, con la cual habían esmerado su cuidado. El aire era invadido por nubes de tabaco rubio, extensas bocanadas de puros de los más caros y un sutil aroma a incienso que invitaba a la relajación. Los hombros se te caían con ese aire sobrecargado, y el brillo de las luces que iluminaban la gran tarima de acero situada al fondo del local cegaban los ojos. Tu conciencia se perdía en un mar de sutiles caricias otorgadas por las camareras que recorrían las mesas en busca de propinas; sus risas pícaras descargaban sobre ti una andanada de placeres, y cuando querías darte cuenta estabas sobre una cómoda silla, observando el escenario, oyendo la música tronar contra esas cuatro paredes. "Deja tu conciencia fuera, deja la vergüenza, el temor, las dudas, los prejuicios y las envidias cuidando de tu conciencia. No dejes que la niebla que producen esos sentimientos empañen tus ojos, porque te arrepentirás toda tu vida". Así empezaba el número estrella de ese local.

Presentación

Bueno, este blog es de carácter adulto, aunque no se muestran imágenes pornográficas, sí que se hace uso de un lenguaje soez y se describen escenas explícitas de sexo, por lo que si eres menor de edad y entras es bajo tu responsabilidad.

Dicho esto, paso a hablaros del motivo de este blog. Muchos, o mejor: muchas, dado que el libro está dirigido especialmente a mujeres, habrán leído "50 sombras de Grey" un libro que presume de ser erótico. Pues bien, debo decir que el libro me parece una aberración a lo "erótico", y que el uso del término 'BDSM' (Bondage Dominación Sumisión Masoquismo) en ese libro es mera publicidad. Yo, que no peco de modestia, intentaré escribir un libro mejor, o por lo menos que sí tenga esas dosis de erotismo real y de BDSM. Si eres una fanática, o un fanático, del libro mencionado anteriormente, y te han ofendido mis palabras, lo siento. Es mi opinión, y sí, he leído el libro, y me parece una auténtica pérdida de tiempo. Por eso me opongo a ese bombo que se le ha dado, y a esa fama inmerecida que tiene habiendo libros mejores para leer, o autores que empiezan a emerger y merecen más publicidad que un libro barato. Barato hablando en clave de ironía, porque dado que es un 'best-seller' los precios se disparan. Pero ese no es el tema.

Una vez dicho esto, paso a dar pie a mi obra. Su nombre es el título del blog 'Love me under the street lights' (Ámame bajo las luces callejeras), y trata sobre dos personas: Virginia, una atormentada joven de veinticinco años que se ha visto obligada a vender su cuerpo en un cabaret de Manhattan, reduciendo su autoestima a un montón de cenizas y su belleza a un mero adorno de navidad; y Thomas, un adolescente con más madurez que edad, que rema contracorriente en el río de la sociedad, ignorando la belleza que envuelve la verdadera hermosura que esconden las mujeres dentro de ellas. Ambos sufrirán en sus carnes lo que es amar y sufrir, lo que son los celos, lo que es la envidia, la miseria, el temor, el orgullo y la necesidad.

Espero que a todos les guste mi trabajo, podéis comentar para hacerme saber vuestra opinión o seguirme en Twitter para mantenerte al día de mis actualizaciones (las cuales serán semanales o bisemanales).

Disfrutad de mi historia porque sin vosotros, los lectores, este relato no es más que algo que se perderá en el olvido.